APÉNDICE
16
La Función de la Mujer en el Ministerio
Dr.
Don L. Davls
Si bien es cierto que Dios ha establecido un orden claramente diseñado dentro del hogar,
es igualmente claro que las mujeres son llamadas y dotadas por Dios, dirigidas
por su Espíritu para dar fruto digno de su llamamiento en Cristo. A través del
NT, las mujeres tienen el mandamiento de someterse, para lo cual se usa el verbo
griegojupofcísso, que con frecuencia significa "colocarse
bajo" o "someterse" (cf. 1 Ti. 2.11). La palabra traducida al
español como "sujeción" proviene de la misma raíz. En tales
contextos, estas expresiones griegas no deben entenderse en ninguna otra forma
que como una positiva enseñanza acerca del diseño de Dios para el hogar, donde
las mujeres son exhortadas a aprender en silencio y sumisamente, confiando y
obrando dentro del propio plan de Dios.
Sin embargo, esta orden de que la mujer debe
sujetarse en el hogar, no debe ser interpretada como que a las mujeres no se
les permite ejercer sus dones bajo la dirección del Espíritu. Ciertamente, es el
Espíritu Santo por medio de la gracia de Cristo quien asigna los dones según su
voluntad para la edificación de la iglesia (1 Co. 12.1-27; Ef. 4.1-16). Los
dones no son otorgados a los creyentes según su género; en otras palabras, no
hay indicios en las Escrituras que algunos dones son solamente para los varones
y otros reservados para las mujeres. Al contrario, Pablo afirma que Cristo
proveyó dones como resultado directo de su victoria personal sobre el diablo y
sus secuaces (cf. Ef. 4.6ss.). Esa fue su decisión personal, darlos por su
Espíritu a quien Él lo desee (cf. 1 Co. 12.1-11). En cuanto al ministerio de
las mujeres, afirmamos el derecho del Espíritu de ser creativo en cuanto a
todos los santos para el bienestar de todos y la expansión de su Reino, según
le parezca a Él, y no necesariamente como lo determinemos nosotros (Ro. 12.4-8;
1 P. 4.10-11).
Además, un cuidadoso estudio de la totalidad de las
Escrituras, indica que la orden de Dios para el hogar de ninguna manera
debilita su intención de que el hombre y la mujer sirvan juntos a Cristo como
discípulos y obreros, bajo la dirección de Cristo. La clara enseñanza del NT de
Cristo como cabeza del hombre, y el hombre de la mujer (véase 1 Co. 11.4)
muestra el aprecio de Dios hacia una representación espiritual piadosa dentro del
hogar. La aparente prohibición de que la mujer ocupe una posición de
enseñanza/dominio parece ser una amonestación para proteger los parámetros
diseñados por Dios de responsabilidad y autoridad dentro del hogar. Por
ejemplo, el particular término griego en el muy debatido pasaje de 1 Ti. 2.12, andrós,
que con frecuencia ha sido
traducido "hombre," también puede ser traducido
"esposo". Con tal traducción, entonces, la enseñanza sería que una
esposa no debe tener dominio sobre su esposo.
La doctrina que la mujer que se casa voluntariamente se predispone a
someterse o "estar bajo" su esposo, está en total acuerdo con el punto esencial
de la enseñanza del NT sobre la función de la autoridad en el hogar cristiano.
La palabra gúegujupotásso, que significa "estar bajo de" se
refiere a la voluntaria sumisión de una esposa a su esposo (cf. Ef. 5.22, 23;
Col. 3.18; Tito 2.5; 1 P. 3.1). Esto no tiene nada que ver con la suposición de
una condición o capacidad superior del esposo; más bien, se refiere a su rol
como dirigente, a la autoridad que le es dada para confortación, protección y
cuidado, no para destrucción o dominio (cf. Gen. 2.15-17; 3.16; 1 Co. 11.3).
Ciertamente, la cuestión de ser la cabeza es interpretada a la luz de Cristo
como cabeza de la iglesia, y significa la clase de jefatura piadosa que debe
ser exhibida, en el sentido de un incansable cuidado, servicio y protección que
se requiere de todo liderazgo piadoso.
Por supuesto, la amonestación a una esposa de
someterse a un esposo de ninguna manera impediría que las mujeres participaran
en un ministerio de enseñanza (por ej., Tito 2.4), sino más bien que en el caso
particular de las mujeres casadas, significa que sus propios ministerios estarían
bajo la protección y dirección de sus respectivos esposos (Hechos 18.26). Esto
confirmaría que el ministerio de una mujer casada en la iglesia sería el de
servir bajo la protectora vigilancia de su esposo, no debido a alguna noción de
capacidad inferior o espiritualidad defectuosa, sino para, como un comentarista
lo ha dicho, "evitar confusión y mantener el orden correcto" (cf. 1
Co. 14.40).
Tanto en Corinto como en Efeso (que representan los cuestionados
comentarios epistolares en 1 Corintios y 1 Timoteo), parece que la restricción de Pablo acerca de
la participación de las mujeres fue causada por sucesos ocasionales, asuntos
que se desarrollaron particularmente en esos contextos, y por lo tanto, se
supone que deben ser entendidos bajo esa luz. Por ejemplo, el caso de los muy
debatidos textos sobre el "silencio" de la mujer en la iglesia (ver 1
Co. 14 y 1 Ti. 2) en ninguna manera parecen debilitar la prominente función que
las mujeres tuvieron en la expansión del Reino y el desarrollo de la iglesia en
el primer siglo. Las mujeres estaban involucradas en los ministerios de
profecía y oración (1 Co. 11.5), instrucción personal (Hechos 18.26), enseñanza
(Tito 2.4,5), dando testimonio (Juan 4.28,29), ofreciendo hospitalidad (Hechos
12.12) y sirviendo como colaboradoras con los apóstoles en la causa del
evangelio (Fil. 4.2-3). Pablo no relegó a las mujeres a una función inferior o
estado escondido, sino que sirvieron lado-a-lado con los hombres por la causa
de Cristo: "Ruego a Evodia y a Síntique, que sean de un mismo sentir en el
Señor. 3 Asimismo te ruego también a ti, compañero fiel, que ayudes
a éstas que combatieron juntamente conmigo en la causa del
evangelio, con Clemente también y los demás
colaboradores míos, cuyos nombres están en el libro de la vida" (Fil.
4.2-3).
Aún más, debemos tener cuidado en subordinar la persona de la mujer per
se (es decir, su naturaleza de mujer) versus su función subordinada en la
relación matrimonial. Sin dejar a un lado la clara descripción de la función de
la mujer como coheredera de la gracia de la vida en la relación matrimonial (1
Ped 3.7), también es claro que el reino de Dios ha traído un dramático cambio
sobre cómo las mujeres deben ser vistas, entendidas y aceptadas en la comunidad
del Reino. Es obvio que ahora, en Cristo, no hay diferencia entre el rico y el
pobre, judíos y gentiles, bárbaros y escitas, siervos y libres, como tampoco
entre hombres y mujeres (cf. Gal. 3.28; Col. 3.11). A las mujeres se les
permitió ser discípulas de un Rabí (quien era extranjero y rechazado en el
tiempo de Jesús), y tuvieron papeles prominentes en la iglesia del NT, como ser
colaboradoras lado a lado con los apóstoles en el ministerio (por ej., Evodia y
Síntique en Fil 4:lss), como también al tener una iglesia en sus casas (cf.
Febe en Ro. 16.1-2 y Apia in Filemón 1:2).
En relación al asunto de la autoridad pastoral,
personalmente estoy convencido que el entendimiento de Pablo de la función de
equipar (pastores y maestros entre otros, cf. Ef. 4.9-15) nada tiene que ver
con el género. En otras palabras, los textos primarios y decisivos para mí
sobre la operación de los dones, su estado y la función del oficio, son los
textos del NT que tratan sobre los dones (1 Co. 12.1-27; Ro. 12.4-8; 1 P.
4.10-11 y Ef. 4.9-15). No hay indicación en ninguno de estos textos formativos
que los dones son de acuerdo al género. En otras palabras, para que el
argumento pruebe que las mujeres nunca deberían tener funciones de naturaleza
pastoral o de equipar, el argumento más simple y efectivo sería mostrar que el
Espíritu simplemente nunca habría considerado darle a las mujeres un don que no
fuera adecuado para el llamamientos al cual se sintieran convocadas. Las
mujeres tendrían prohibido servir en el liderazgo porque el Espíritu Santo
nunca les otorgaría ni el llamado ni los dones requeridos debido a que son
mujeres. Algunos dones estarían reservados para los hombres, y las mujeres
nunca recibirían esos dones.
Una cuidadosa lectura de esos y otros textos relacionados, no muestran
tal prohibición. Parece
que le corresponde al Espíritu darle a una persona, hombre o mujer, cualquier
don que los capacite para cualquier ministerio que El desea que desarrollen,
según su voluntad (1 Co. 12.11: "Pero todas estas cosas las hace uno y el
mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere").
Basándose en este punto, Terry Cornett ha escrito un magnífico ensayo teológico
que muestra cómo la palabra griega del NT para "apóstol" sin
equivocación alguna se aplica a las mujeres, mostrado
claramente en la interpretación del sustantivo femenino "Jimias"
aplicado como "apóstol" en Romanos 16.7, como también alusiones a
colaborar, por ejemplo, con las gemelas Trifena y Trifosa, quienes
"colaboraron" con Pablo en el Señor (16.12).
Al creer que todo cristiano llamado por Dios,
dotado por Cristo y dotado y dirigido por el Espíritu debe cumplir su función en el
cuerpo, afirmamos la función de las mujeres para dirigir e instruir bajo
autoridad piadosa que se someta al Espíritu Santo, a la Palabra de Dios y que
esté informada por la tradición de la iglesia y el razonamiento espiritual.
Debemos esperar que Dios les dé a las mujeres una dotación sobrenatural de la
gracia para llevar a cabo sus órdenes a favor de Su iglesia y Su Reino. Puesto
que tanto los hombres como las mujeres reflejan el Imago Dei (es decir,
la imagen de Dios), y que los dos son herederos de la gracia de Dios (cf. Gen.
1.27; 5.2; Mt. 19.4; Gal. 3.28; 1 P. 3.7), se les da el alto privilegio de
representar a Cristo juntos como embajadores (2 Co. 5.20), y por medio de su
asociación completar nuestra obediencia a la Gran Comisión de Cristo de hacer discípulos
de todas las naciones (Mt. 28.18-20).
